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Transición al Socialismo y Estado Dialógico.

Título: Transición al Socialismo y Estado Dialógico: Una alternativa venezolana en el Siglo XXI

Autores: Vargas V. Liliena y Hernández G. Rafael 

Resumen:

El siguiente trabajo expone en forma general, el proceso socio político que a partir de 1989 y en forma continua, luego del denominado “Caracazo”, se ha venido gestando en Venezuela hasta derivar en la actualidad, en una nueva forma de Estado, a la cual denominamos Estado Dialógico, que se presenta al mundo como una alternativa político jurídica que rompe con los esquemas ya conocidos para esa estructura, ubicada entre definiciones clásicas de Estado como las de Marx y Weber, ambas inclinadas hacia la concepción del mismo como una estructura para el ejercicio de la violencia por parte de una clase social contra otra u otras. Consideramos que toda definición de Estado es hija de su tiempo y, además, en términos de la dialéctica, la época que vivimos (enmarcada en la posmodernidad) establece una línea en ese sentido: estamos ante una severa confrontación ideológica entre Capitalismo y Socialismo, investida incluso de una redefinición de conceptos como Guerra, Economía y Política, que aplasta teorías mientras exige nuevas definiciones para viejas categorías. En tal sentido, el Estado Dialógico, como categoría propuesta en este trabajo, sería una creación propia del proceso político venezolano, la Revolución Bolivariana, que plantea como nuevo la existencia de un aparato jurídico – político y social – comunitario para una transición al Socialismo, en la cual el Diálogo, es decir el mirar a través del otro para reconocerlo desde el Yo como Otro Yo, como lo expresan Buber y otros filósofos, sería determinante para la resolución de los conflictos derivados de la convivencia humana en sociedad. 

Contenido:

“Este es un pueblo que da batallas sin tener armas, que triunfa con los reveses, que en los desastres se organiza, que el terror lo exalta, que la clemencia fingida o real lo indigna, con quien no hay medio ni esperanza que tuerza o adultere su propósito, porque no se presta a nada que no sea el triunfo de la revolución tal como él la quiere: absoluta y radical.”

Juan Crisóstomo Falcón.

Proclama fechada en Agua Clara, 1861. 

Introducción

En febrero de 1989, en Venezuela sucedió lo que sería el primer gran acontecimiento de magnitud mundial contra el neoliberalismo. Las medidas adoptadas y tomadas por el principiante segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, llevaron la indignación colectiva hasta niveles nunca antes vistos y una masa de pueblo sin una dirección sistemática y organizada salió a la calle a manifestar su rechazo contundente a un programa que violentaba sus derechos, los pocos que le quedaban en términos formales, pero que además coronaba una característica de todos los gobiernos del llamado puntofijismo: la ausencia absoluta de voluntad para el diálogo. A propósito, nos dice el Comandante Hugo Chávez (1999: 01):

“Aquí estaban rotos…casi todos los mecanismos de diálogo. El diálogo era plomo, prácticamente. Plomo, persecución, represión, hambre, miseria. Dígame estas barriadas…23 de enero, Catia…y aquella ley, por ejemplo, la ley de vagos y maleantes, eh? Era contra los pobres y el pueblo no tuvo otro mecanismo que la insurrección. Insurrección que fue abatida a plomo, sangre y llama…¿Por qué? Porque nos utilizaron a nosotros para masacrar a un pueblo que estaba era reclamando comida, salud, que alguien lo oyera.

Lo que ocurría en Venezuela acontecía a contracorriente de lo que vivía un mundo donde se asomaban cambios sustanciales para una época y, muy particularmente en ese año, que marcarían un punto de inflexión en relación con lo que a partir de entonces sería la humanidad. Mientras el pueblo venezolano salía a las calles a exigir un cambio de relaciones, su reconocimiento y sobre todo, el derecho a dialogar, el mundo se preparaba sin saberlo para presenciar la caída del Muro de Berlín y con él, el derrumbe de la Unión Soviética, a decir de Morin (1999:108): “la mayor experiencia y la cuestión capital de la humanidad moderna”.

La rebelión popular de febrero de 1989 fue la explosión de un acumulado histórico que durante cinco siglos, pero sobre todo en los últimos cien años, tuvo en las mayorías a su principal víctima. Ocurrió en el ocaso de un siglo que se debatió entre los más grandes avances científicos y tecnológicos, por un lado, y la guerra como la forma más sangrienta y atrasada de resolución de conflictos, por el otro. Al mismo tiempo en que aparecieron la televisión, las computadoras, el automóvil, el microscopio electrónico, la experiencia espacial y cientos de nuevas creaciones, el siglo XX y sus guerras dejaron alrededor de cien millones de víctimas mortales. La mayor contradicción de la historia puso en un peligro aún latente a la propia especie humana y la vida en nuestro planeta. De acuerdo con Chávez (1999: 03):

mientras eso ocurría en casi todo el mundo – el congelador -, en Caracas había una ebullición, en Venezuela empezó a hervir algo, y el mismo año de la caída del Muro de Berlín se levantó el pueblo venezolano contra el FMI, contra el consenso de Washington, el 27 de febrero de 1989.” 

Venezuela llegó así a finales del siglo XX, con lo que Araujo (1968: 24), describe:

“la violencia en Venezuela no es el fruto perverso de unos adolescentes temerarios dirigidos por adultos irresponsables, sino la llama alimentada por más de cien años de grandes esperanzas seguidas de grandes frustraciones y cuya explosión es provocada por la agudización de una crisis estructural llevada al estallido por un  conducción errónea. 

Ahora, si bien Araujo hace todo un análisis social, político, económico y cultural sobre las causas de la violencia en Venezuela, es el Comandante Chávez quien logra determinar que en la ausencia de diálogo, en la carencia absoluta del reconocimiento de ese Otro “en su alteridad”, en su invisibilización por parte de aquel Estado, es donde se asienta la génesis del proceso de transformación nacional surgido a partir de 1989 con El Caracazo y que desde sus primeros pasos, incluso de los dados sin orientación política en aquel momento, ya parece vislumbrar al menos como horizonte, la necesidad del establecimiento del diálogo como planteamiento estratégico del movimiento popular. 

El Caracazo, la rebelión militar del 4 de febrero, el triunfo del Hugo Chávez en 1998; la retoma del poder en el 2002 luego del golpe de estado y lo que desde entonces ha ocurrido en Venezuela como ejercicio de un diálogo permanente que reúne a amplios sectores del país y que tiene asidero en la construcción colectiva de una nueva dinámica social, impulsada en muchos casos, desde altas esferas gubernamentales, contrarias a su propia esencia burocrática frente a las expresiones de otra forma de Estado que parecen emerger con nuevos sentidos, basado en lo que la revolución bolivariana ha llamado el Poder Popular, en la búsqueda del denominado socialismo del siglo XXI, pero que conviven en un intercambio de continuos flujos y reflujos del quehacer del poder, esta dialéctica que se deslinda de las formas clásicas de Estado, que representa una vía alternativa que intenta explicar el proceso de transición que vive hoy nuestro país, que no se devela desde las nociones como la del “uso legítimo de la violencia” o el de luchas de clases, pero que se está desarrollando constantemente en nuestro país, es a lo que hemos denominado Estado Dialógico y es lo que en este trabajo hemos venido a debatir con ustedes. 

Es importante realzar que en este trabajo pretendemos analizar las variables que en Venezuela se contraponen hoy al Estado que conocemos desde sus concepciones más clásicas, todas ellas vinculadas a lo que de origen, Engels (2017: 54), establece cuando indica que:

“faltaba una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la segunda. Y esa institución nació. Se inventó el Estado”. 

El comienzo de la transición. La primera ruptura.

La aparición de Chávez en el escenario de Gobierno, ocurrida luego de su victoria del 6 de diciembre de 1998 donde obtuvo “3 millones 673 mil 685 votos, es decir, 56,20% de sufragios contra 2 millones 613 mil 161 de Henrique Salas Römer (39,97%), según cifras reflejadas por el entonces Consejo Supremo Electoral” presenta, luego de un proceso de cultivo progresivo de condiciones socio políticas contrarias al statu quo, un escenario que combinado con la potencia expresada a partir del 27 de febrero de 1989, aceleró la acción de las fuerzas populares. Chávez (1999: 19), al referirse a la situación del momento señala que: “hoy en Venezuela estamos presenciando, estamos sintiendo, estamos viviendo una verdadera resurrección. Sí, en Venezuela se respiran vientos de resurrección”: 

La llegada de Hugo Chávez al poder fue acogida por la inmensa mayoría del pueblo venezolano como un triunfo de los sectores populares que se alzaron en contra del “paquetazo” de Carlos Andrés Pérez y que buscaban en esta nueva composición de la política un cambio sustancial que permitiera su reconocimiento como sustento de la vida de la Nación y partícipe activo de la misma. 

Las fuerzas motrices de un cambio entre las relaciones de poder y de los fundamentos del Estado, estaban por darse. El inicio de un momento histórico de quiebres y deconstrucciones habría encontrado en este triunfo un sentido para la participación del pueblo, no como convidado depositario del voto en ejercicio de una democracia representativa agotada, sino como garante y autor del surgimiento de nuevas formas del quehacer político, de la democracia participativa y protagónica que coloca al pueblo como sujeto de su accionar. Lenin (1916: 02), caracterizando a la revolución, también nos sirve para graficar aquel momento y poner en evidencia los factores sociopolíticos presentes para entonces en Venezuela: “Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de «paz» se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los de arriba, a una acción histórica independiente.” 

Aun así, siendo la toma de posesión del Comandante Hugo Chávez como Presidente el momento que marca la irrupción de una nueva relación de poder luego de casi 40 años de puntofijismo en Venezuela, consideramos que el primer gran quiebre histórico venezolano se plasmó con claridad en febrero de 1989. Ese momento, determina una nueva mirada y una nueva actitud del pueblo ante el Estado hasta entonces establecido, planteándose entonces el origen de una crisis sistémica del Estado y el punto de partida real de la transición.   

Para comprender mejor el fenómeno de febrero de 1989 y el impacto contundente que tuvo en el mapa político y simbólico de Venezuela, es necesario ubicarnos en el contexto global de la etapa histórica que vivimos a partir de la caída del Muro de Berlín (1989) y la posterior desaparición del modelo soviético (1991), hemos de tomar de García (2013: 86) las cinco etapas que “toda crisis estatal atraviesa”, siendo la primera:

“El momento del develamiento de la crisis de Estado, que es cuando el sistema político y simbólico dominante que permitía hablar de una tolerancia o hasta acompañamiento moral de los dominados hacia las clases dominantes, se quiebra parcialmente, dando lugar, así, a un bloque social políticamente disidente con capacidad de movilización y expansión territorial de esa disidencia convertida en irreductible.”

Ahora bien, ¿qué significan entonces el 4 de febrero de 1992, primero, y el 2 de febrero de 1999, después, en términos del surgimiento de un nuevo momento histórico en Venezuela si no son, de acuerdo a lo planteado hasta ahora, momentos de ruptura? 

Sin duda, ambos momentos representan a la luz de los acontecimientos que los caracterizan, unos catalizadores de la acción y del momento político. La experiencia de la Rebelión Militar del 4 de febrero de 1992, encabezada por el Comandante Chávez, cumplió con ese papel de catalizador de las fuerzas que hacía ya tres años demostraron su inconformidad con aquel estado de cosas. La aparición de Chávez no sólo devuelve una esperanza casi desaparecida en el seno del pueblo, sino que ubica en el imaginario colectivo una idea que, aunque forma parte de la constitución popular de ese mismo imaginario, estuvo ausente durante siglos: el diálogo. 

Es a partir de la llegada al Gobierno del ya Presidente Hugo Chávez, cuando esa “reacción química”, que se venía dando desde las bases populares, se incrementa dando como resultado, no sólo una sustancia igual en su composición más auténtica, sino superior a la que había ingresado al sistema hacían apenas diez años. La Venezuela de 1999 distaba mucho de la que teníamos en 1989. Una década fue suficiente para condensar en ella la ruptura con todo un complejo aparato de poder con 500 años de edad, devenido Estado, en primer lugar, y el inicio de una transición que nos llevó y nos lleva a un proceso que mira más “el proceso antes que el estado, el devenir antes que el ser”, (Gleick Cit. por Woods 2006: 604), como fundamento para la aparición de una nueva relación Estado. 

La segunda ruptura.

El proceso político de Venezuela entra desde 1999, en una intensidad inédita. La activación de un conjunto de mecanismos de agitación social y política, sobre todo, comienzan a configurar en la práctica los fundamentos de lo que García (2013: 87) nos sigue diciendo en relación con la crisis estatal ya develada en el país desde finales de la década anterior:

“De consolidarse esa disidencia como proyecto político nacional imposible de ser incorporado en el orden y discurso dominante, se da inicio al empate catastrófico, que habla ya de la presencia no sólo de una fuerza política con capacidad de movilización nacional como para disputar parcialmente el control territorial del bloque político dominante, sino además, de la existencia de una propuesta de poder (programa, liderazgo y organización con voluntad de poder estatal), capaz de desdoblar el imaginario colectivo de la sociedad en dos estructuras políticas-estatales diferenciadas y antagonizadas.” 

Aunque en términos ideológicos, Venezuela llega al siglo XXI con una clara vocación capitalista, producto de más de 500 años de explotación, coloniaje y dominación, es innegable la sacudida que la naciente relación pueblo – poder impulsada por el Presidente Chávez produce entre el estamento que comienza a ser desplazado de su posición de dominio secular y las nuevas fuerzas políticas que se configuran fundamentalmente, a raíz de la aprobación por referéndum popular del 15 de diciembre de 1999, de una nueva Constitución. A la ya evidente ausencia, también secular, de diálogo, sobreviene entonces la natural animadversión que la vieja clase social, política y económica expresa ya no desde una posición de privilegio sino desde su ubicación como “desplazada” de lo que consideraban legítimo por asociación y hasta por derecho. 

El Gobierno del Presidente Chávez y la alta participación popular en su gestión, incipiente ejercicio de cara a lo que luego vendría, establecieron entonces una forma distinta de cumplir con el papel de ejecutor de las políticas públicas, de Ejecutivo. La inclusión del pueblo en los asuntos de Gobierno, aun en esos primeros momentos de forma tímida e indirecta, pero con una valiosa carga simbólica y espiritual de por medio, introdujo en la identidad venezolana la noción de Poder ya no desde una posición suntuaria, mucho menos la de pasivo actor condenado a un acatamiento casi ciego de las imposiciones de la clase dominante que dirigía el Estado y actuaba con base en sus intereses, sino como un permanente invitado a un diálogo y como destacado agente de cambios en sus propios asuntos, desde una contundente actividad de su zoon politikon.           

El 11 de abril de 2002, luego de tres años de Gobierno, el Presidente Chávez es derrocado por un Golpe de Estado conducido y apoyado desde Estados Unidos y ejecutado en forma directa por la burguesía criolla y sectores de la cúpula militar venezolana, todos en la búsqueda de sus intereses seriamente amenazados por la aparición de la “nueva propuesta de poder” encabezada por el depuesto Presidente. A pesar del severo impacto que dicho evento significó para la psique colectiva, impregnada ya por una rica relación simbólico – espiritual con el Presidente Chávez, la acción popular combinada con la respuesta oportuna de los segmentos militares constitucionalistas, logró restituirlo en su cargo y con él, al compacto piso político que había construido junto a un pueblo que por segunda vez en menos de 15 años rompe, ahora sí con trazos definitivos, su relación con el Estado que aun aparecía amenazando sus reivindicaciones. Se produce entonces, la segunda ruptura con el anterior bloque histórico. Chávez (2002: 02), convencido de la urgencia de su establecimiento, llama al diálogo nacional, con lo cual se comienza a prefigurar lo que sería y es una constante en el accionar estratégico del Estado venezolano a partir de ese momento. Este, pide: “convocar a unas mesas redondas de diálogo nacional. Hago un llamado a todos los sectores del país, a esas mesas redondas de diálogo nacional, que comenzará con la instalación esta semana, el 18 de abril.” 

La restitución del hilo constitucional en Venezuela y la continuidad del Presidente Chávez en el Gobierno, pasan luego del Golpe de Estado, a una relación más profunda aún con el pueblo. El diálogo al cual llamó el primer mandatario, desoído una vez más por el bloque opuesto de poder, se profundiza con los sectores populares y da como resultado concreto la aparición de una forma de gestión alternativa a la que todavía permanecía intocable en la estructura gubernamental: las Misiones. El pueblo asiste con mayor conciencia de su papel, a una transformación a la que pudiéramos caracterizar como ontológica, a una etapa superior de la relación dialógica entre él y Chávez, elevando así no sólo la eficiencia del aparato de Gobierno y de una parte del Estado, sino además dando luces hacia la constitución de una forma de Estado también superior. 

¿Cómo es que en un período tan corto, históricamente hablando, se pasa de un Estado represor, elitesco, expresión de la oligarquía que sostuvo el poder en Venezuela a una naciente forma de Estado que supera, también con saltos considerables a la planteada incluso, en la nueva Constitución?  Según (Laclau Cit. por González, 2019: 36), aunque nos distanciemos de él en cuanto a la adjetivación que hace del proceso venezolano como “populista”, en nuestro país ocurrió una:

“ruptura radical con una élite corrupta y desprestigiada, sin canales de comunicación política con la vasta mayoría de la población. Es decir, que cualquier avance demandaba un cambio de régimen. Pero para lograrlo, era necesario construir un nuevo actor colectivo de carácter popular. No había posibilidad alguna de cambio sin una ruptura populista. Todos sus rasgos están presentes en el caso chavista: una movilización equivalencial de masas; la constitución de un pueblo; símbolos ideológicos alrededor de los cuales se plasme esta identidad colectiva (el bolivarianismo); y, finalmente, la centralidad del líder como factor aglutinante.” 

El proceso bolivariano, comenzado en 1999, continuador del iniciado en febrero de 1989, entra de lleno luego del 11, 12 y 13 de abril de 2002, a una avanzada construcción dialéctica en la que no pocas veces ese permanente diálogo entre el pueblo y Chávez, permitió considerables saltos cualitativos que se materializaron en importantes logros políticos de un significativo valor para la totalidad de la sociedad venezolana. 

El estado dialógico: una alternativa en construcción.

Entre los años 2002 y 2020, hay 18 años de distancia. Desde nuestro punto de vista, ese período ha fungido como carril por donde ha transitado un importante número de transformaciones de orden social, político, cultural y económico que derivan hoy en una relación – Estado que tiene en el diálogo su base fundacional y sirve como contexto para su consolidación, como alternativa, en un mundo en crisis que insiste en buscar soluciones a problemas indisolubles por las formas de Estado ya conocidas, reflejando en consecuencia una crisis global que no sólo toca al Capitalismo como modo de producción imperante, sino a la estructura institucional que lo sostiene. 

Ese nuevo Estado, visto desde “el orden simbólico del poder” planteado por García (2013), tiene hoy en Venezuela una expresión en permanente elaboración; en marcha y contramarcha; en una abierta confrontación con lo que aún subyace del Estado burgués pero, en definitiva, como una vía dialéctica para el pleno reconocimiento y aceptación del Otro, entendiendo esto, al respecto de (Buber Cit. por Romeu, 2016: 89), sobre el hecho de que: “únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo como hombre, y marche de este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador”. 

La dinámica en que hoy se mueven las relaciones del Estado en Venezuela y sus estructuras están trastocadas por la insurgencia de elementos que han sido introducidos en medio de esa dialéctica, producida por los acontecimientos surgidos a partir del ejercicio de la búsqueda de autonomía frente a los poderes fácticos del mundo, lo cual ha implicado no solamente una manifiesta posición política contra el imperialismo, sino además, el nacimiento de una epistemología también distinta, revolucionaria y creadora. El Estado que hoy tenemos en nuestro país tiene, sin dudas, intrínsecas aun las feroces garras del su composición capitalista, sin embargo, en éste podemos encontrar al mismo tiempo, elementos que señalan que existe una deconstrucción del Estado puramente burgués. 

¿Cómo se da esa relación y porqué hemos denominado a esta forma de Estado como Estado Dialógico? A continuación lo expondremos. Hemos partido de la construcción histórica de la relación en la cual las fuerzas antagónicas del poder se han pulsado el control del Estado venezolano, tal y como lo hemos descrito en líneas anteriores. Este pugilato entre las élites que estuvieron a cargo de la administración del Estado durante el período conocido como la IV República en contraposición a los gobiernos del Presidente Chávez y del actual Presidente, Nicolás Maduro, permitió el posicionamiento teórico-político del Socialismo del Siglo XXI. Esta propuesta estratégica hecha por Chávez requirió y requiere de una nueva forma de Estado que sustituya a la anterior, de allí deviene como objetivo táctico la conformación del Estado Comunal. Es decir, nosotros consideramos que el desarrollo del Estado Comunal pasa por la consolidación de lo que hemos llamado Estado Dialógico. Por esta razón, consideramos que aun habiendo dado pasos significativos en el terreno socio político, esta forma de Estado, la comunal, no termina de cuajar en la realidad y aún lucha por nacer. 

Paralelo a esto, y sobre la base de la imprescindible participación del pueblo en sus expresiones concretas de organización, forjada sobre un constante diálogo instituido desde y con el gobierno, sus representantes y sus distintas instancias de toma de decisiones, ha emergido de la dicotomía Estado Burgués (social de justicia y de derecho) - Estado Comunal, otra forma de Estado que es la que nos convoca a categorizar hoy en día. Ocurre entonces, un fenómeno que supera la retórica convocante del diálogo y pasa hacia la acción conjunta entre la forma constituida del Estado burgués y las formas insurgentes del Estado Comunal, ya investida como Poder. A esta etapa de transición en la cual se encuentran presentes elementos dialogantes entre ambas formas de Estado, que se han fundamentado en el reconocimiento del Otro, de su alteridad; que se basan en la dialéctica de las contradicciones, de los opuestos, donde existen confrontaciones permanentes, pero también acuerdos y pactos constantes producto de la esfera dialogante que se ha instaurado como forma de convivir. A esa inédita constitución de la base de la gerencia del talento humano, de la producción, administración y distribución de bienes y servicios y de toma de decisiones del ámbito político, es decir, al Estado, lo hemos caracterizado con la categoría de Estado Dialógico para explicar el momento de transición del proceso venezolano. 

Una vez más, García (2013: 84), nos sirve para profundizar en lo anterior cuando apunta a decir que:

“De igual manera, en la administración interna de la maquinaria, el Estado se presenta como la totalidad más idealista de la acción política porque es el único lugar en todo el campo político en el que la idea deviene inmediatamente en materia con efecto social general”.

Esa “administración interna de la maquinaria” tiene, a propósito de nuestro planteamiento un asunto de fondo, ya que el Estado Dialógico aquí configurado no responde a la estructura trifásica harto conocida y, aunque sea difícil de mirar, tampoco encaja a plenitud dentro de la definida en la Constitución de 1999. ¿Cuál o cuáles son los elementos novedosos? En primer lugar, la presencia de un diálogo axial, estructural, ontológico, como forma de poder real en la que el sujeto social no está aislado por las fuerzas institucionales, sino que está integrado con ellas como una nueva fuerza que alimenta constantemente el proceso dialógico. En segundo lugar, un debate constante que recorre a todos los componentes de la estructura (institucional y extitucional) en un continuo que crea, recrea, significa y resignifica conceptos, políticas, hechos y dinámicas para dar respuestas a las circunstancias presentes tanto en lo nacional como en lo internacional. En tercer lugar, una revalorización discursiva del diálogo como idea – fuerza, lo que a su vez se constituye en lo simbólico, en lo imaginario, como lo que Castoriadis (1997: 05), llama “la creación social e histórica de significaciones, por lo que la realidad misma es una construcción cultural”. Y, por último, una declaración sistemática ante el mundo, desde Venezuela, de la necesidad del diálogo como vía para la resolución de los conflictos globales que nos amenazan, tales como la guerra, la desigualdad, el hambre o el desequilibrio ambiental. Estos elementos constituyen, entonces, la presentación del Estado Dialógico como una alternativa venezolana, surgida desde una relación de un altísimo valor simbólico en el que el Yo social adquiere propiedades de un Tú también surgido en el seno de un pueblo hoy reconocido, a la luz de la maravillosa experiencia venezolana. 

Hace 500 años, la Europa invasora, soberbia y engreída, nos colocó el adjetivo de Nuevo Mundo, referencia imperial utilizada más desde lo folklórico, hablando en términos eurocéntricos, que de lo humano propio de las sociedades que ya tenían miles de años conviviendo sobre estos territorios. Hoy, en medio de una crisis global que demuestra tozudamente el fracaso del capitalismo, el debilitamiento de formas de Estado que chocan contra una realidad también global que no soporta esa relación y el desconocimiento de una mayoría que demanda una participación activa en el campo de la política, desde este, ahora sí, Nuevo Mundo resignificado, nos convertimos en fuente de un conocimiento surgido de la vida en común, del contacto permanente y del diálogo como partes constitutivas de esta nueva epistemología. El Estado dialógico, surge entonces desde Venezuela, no solo para explicar su propio proceso, sino, también para dar nociones de las diversas posibilidades que desde posiciones autónomas pueden darse los pueblos. De acuerdo con Castoriadis (1997: 07):

“el imaginario social instituyente es la capacidad descrita de crear instituciones que se encarnan en un momento histórico determinado, este momento a su vez es uno de los condicionantes de la creación siguiente…el cuestionar el orden social, es negarle un origen extrasocial y este es el fundamento de las sociedades autónomas, aquellas que están conscientes de que se dan a sí mismas las leyes.” 

Referencias:

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ENGELS, F. (2017). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Consultado el 15 de febrero de 2020 en: www.marxists.org.

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